La situación creada
tras la última reforma laboral española realizada bajo los parámetros de las grandes organizaciones
transnacionales rebela una profundización
en un concepto de sociedad. Nada
nuevo, un paso mas a una situación básica del pasado europeo . Una enorme masa
dispuesta a trabajar por muy poco y a cambio de muy poco.
Muchas veces olvidamos que los sueldos son tan sólo una parte de
la retribución recibida por otorgar la única propiedad
tangible del ser humano, el tiempo. Ese tiempo es utilizado en producir para
que otros consuman y otros pocos
disfruten del beneficio de consumo y trabajo.
Otra retribución, quizás la más valiosa, es un sistema
sostenido con impuestos y que debe otorgar unas garantías de existencia
independientemente de situaciones personales o sociales transitorias. Por
supuesto incluyen crisis laborales como las que vivimos.
En este momento se pierden ambas retribuciones. Una, los sueldos, por el bien del empleador, la
otra, las garantías sociales, como resultado de distintos factores. Por un lado
el problema demográfico, autentico estigma del sistema de bienestar, y por otro, curiosamente señalado como el principal
problema, la crisis laboral.
¿Como se explica que una sociedad que muere en sus garantías
recaudatorias por el desequilibrio entre aportantes y beneficiarios no pueda generar
empleo suficiente más cuando el consumo supuestamente es su sostén? No se produce porque no se consume y por lo
tanto no se contrata e incluso despide. Ambas contradicciones conviven
necesarias para garantizar el único sostén real de esta sociedad, el beneficio.
Este sigue siendo la única razón de ser de las grandes corporaciones.
La reforma se introduce con la palanca política de exigir un esfuerzo, lo llamativo es que no se dice para que. En este periodo se imponen
restricciones en salarios y garantías sociales al mismo tiempo y al mismo
ritmo. Pero por primera vez en mucho tiempo no se promete como recompensa
recuperar mejores sueldos y al menos garantías perdidas. El momento es propicio
para que algunas sociedades renuncien
para siempre a logros en sanidad, educación y el ámbito laboral.
En definitiva el beneficio se sincera como motor social, un
beneficio que no necesita a la clase media local sino global, y esta es
cambiante. El logro de la globalización de extender mercancías, propicia un nuevo mercado, sin una relación
obligada con sus consumidores más próximos. Donde si hay una relación próxima
de las empresas con los pobladores locales donde estén asentadas es en la producción, cuanto más barata y menos
inestable por reivindicaciones, mejor,
mayor beneficio.
Los mercados emergentes ninguno destaca por sus logros
sociales, culturales o laborales. Pero nadie discute su competitividad, así que
hay que ajustar en esos términos para competir.
Este es el único mensaje de competitividad, lejos queda
aquel de la cualificación.
Las soluciones actuales a la crisis no son para sus damnificados
mayoritarios sino para los grandes empleadores, las grandes empresas.
Soluciones para garantizar su funcionamiento. No hace falta un adjetivo
ideológico, es un hecho.